Carreteras sin final. Trayectos interminables entre estación y estación. Vuelos que se pierden en las alturas. Barcos que zarpan y desaparecen en el horizonte. Viajes para recordar. Viajes para olvidar. Por que todos viajamos por una razón. Perseguimos un propósito único.

Viajar es un regalo. Visitar lugares lejanos o cercanos, ir acompañados o solos. ¿Sabéis la mítica frase "Come, reza, ama"? Prefiero su versión: "Come, viaja, ama". Con la actual globalización esto es algo relativamente sencillo. No es como en la época de nuestros padres, cuando el traspaso de fronteras era más complicado y los vuelos intercontinentales estaban destinados a unos pocos con suerte. No. Ahora estamos en una época en la que viajar es accesible. Con vuelos a ciudades europeas por 20 euros o estancias en albergues por 10. ¿No es esto una señal? ¿No os entran ganas de alzar el vuelo y ver nuevos lugares? O viejos. Porque viajar a un lugar ya conocido no es más que una oportunidad de descubrir nuevas cosas. De pasear por plazas que no conocías, visitar rincones escondidos y conocer nuevas rutas a la vez que visitas aquello que más te gustó y de lo que te enamoraste esa primera vez.
Soy una viajera por naturaleza. Ansió visitar lugares nuevos, conocer nuevas culturas y hablar, escribir sobre esas experiencias. No hay lugar en la Tierra al que no iría, aunque solo fuera una vez en la vida para poder decir que he estado allí. Y por supuesto, están esos lugares con los que sueño, a los que anhelo ir en algún momento. Lugares en los que pienso cuando escribo. Lugares que se alzan en mi imaginación como paraísos lejanos. Hay tantos de estos lugares que no sabría por donde empezar. ¿Aquí o allí? ¿En el norte o en el sur? ¿Tropical o invernal? ¿Montaña o costa? ¿Ciudad o campo? Tantas decisiones que tomar... tantos puntos geográficos que visitar.